El camino hacia el Igbodu (el espacio para iniciaciones) no es uno fácil para muchos. Los que hemos sido criados en otras religiones, primero debemos estar en paz con nosotros mismos y aceptar el hecho que para ser iniciados es importante entregarnos a Yemayá. Hay que estar dispuestos a vaciar la taza y a que ésta sea llenada de nuevo con otro contenido. Además del asunto de la entrega, hay en muchos casos asuntos familiares que atender y algo de lo que muchos hablan: el dinero para pagar la iniciación.
En mi caso, lo de la entrega no era problema. Yo no recuerdo cuando fue ni cómo sucedió, pero un buen día me di cuenta que yo estaba tan enamorada de Yemayá como lo estaba de mi esposo, claro está sin lo de la atracción sexual de por medio. Yo ya no podía esperar más para ser parte de ella, para estar a sus pies y a su servicio. Yemayá era el eslabón perdido en la cadena de mi felicidad y yo podía escuchar su llamado en cada célula de mi cuerpo.
Lo que sí era un reto para mí en ese momento era el dinero. Pero yo tenía fe que ella proveería los recursos cuando llegara el momento indicado. Yo ya había comenzado a ahorrar, pero no estaba para nada cerca de tener la cantidad necesaria. Sin embargo, cambios y oportunidades pronto se presentarían en mi vida, pero yo no tenía idea de lo que iba a pasar.
Para el otoño de 1997, yo había hecho un ebbó (una obra) con mi padrino en Ifá, Iworí Chigdí, Awó Orunmila o un sacerdote de Orunmila, uno de los orishas mas reverenciados por su capacidad adivinatoria sin paralelos. Él me dijo que mi vida iba a cambiar y que no me iba a faltar la manera de ganarme un muy buen sustento, que tendría la casa de mis sueños y que mis deseos más profundos se harían realidad. En ese entonces, yo puse toda mi confianza en él, le traje los artículos que me había pedido y simplemente me entregué al proceso con una mente y corazón abiertos. Pronto, todo comenzó a caer en su lugar, pero aun yo no veía lo que era más obvio, mi fecha de iniciación se estaba acercado.
Para la primavera de 1998, uno de mis sueños se hizo realidad. Estaba esperando mi primer bebé y mi padre y yo comenzamos a comunicarnos nuevamente sanando nuestra relación. Para mi segundo trimestre, mi padre y yo ya estábamos en comunicación directa y frecuente.
Para fin de verano, nuestro pequeño niño nació y mi padrino Omí Oké llevó a cabo un wemilere (toque de tambor a los orishas) en honor a su orisha alagbatori, Yemayá. El evento fue una cosa maravillosa. Ya mi hijo tenía casi un mes de nacido y yo lo llevé al evento. Tres Orishas vinieron a impartir bendiciones a mi niño, uno de ellos fue Eleguá, luego Yemayá y finalmente vino Shangó. El imponente Orisha tomó a mi niño en brazo y lo levantó por lo alto y se puso a bailar con el por toda la gran habitación. Yo estaba petrificada del susto pensando que me lo iba a dejar caer, pero a la vez sabía que en manos de Shangó mi bebé estaba seguro y recibiendo bendiciones. Está por demás decir que me lo regresó sano y salvo y mi bebé estaba sonriente.
Ya para el cierre del wemilere, Yemayá llamó a los hijos de la casa a que se reunieran a su alrededor para conversar con nosotros. Mientras que a algunos le dio consejos, a otros les destacó por su buena labor y su devoción. Cuando llegó mi turno, a mi me preguntó, “¿Tú crees en mí? Yo no estaba segura porque me había preguntado esto, pero le dije sin duda alguna en mi voz que sí creía en ella. Entonces, me dijo “lleva a este niño a ilé Olofi y bautízalo”. Ahora bien, Yemayá me había puesto una gran prueba. Yo había prometido criar a mi hijo en la tradición de los Orishas. Las practicas católicas a pesar de que son parte del sincretismo, no eran parte de mi plan. Ese fue un pedido de mucho peso, uno que me disgustó, pero un mandato de Yemayá que aun así estaba dispuesta a acatar. Entonces, ella continuó. Mientras yo estaba considerando este inesperado evento, ella apuntó con el dedo a Shangó y le pidió que le trajera algo. Yo no pude escuchar bien de qué se trataba.
En un abrir y cerrar de ojos me encontré decorada con un gigante collar de mazo, el mazo ceremonial de Yemayá. A la misma vez, Richard, un hermano de la casa de santo, fue sorprendido por Shangó quien le apresó con su maso rojo y blanco a la vez que Yemayá me colocó el mío. Mi cabeza me daba vueltas y en la distancia escuché a Shangó pedirle a Richard una fecha para kariosha (¡la gran iniciación!). Estaba en una encrucijada, en un punto en el cual no se puede dar marcha atrás. Yemayá me estaba mirando desde lo profundo de sus pupilas dilatadas y oscuras, ella también quería saber para cuando me iba a comprometer a ser su iyawó. Yo le dije que no tenía el dinero para hacerlo y ella se rió en voz alta y dijo, “¿no confías en mí?”. Tímidamente le die que sí. Richard seleccionó el 12 de diciembre lo que nos quedaba en solo dos meses. Yo me comprometí para la misma fecha. Habríamos de ser gemelos.
Yo no tenía ni una cuarta parte del dinero ahorrado, no tenía un hogar, estaba en un trabajo que no me hacía feliz y tenía un bebé recién nacido.
La historia continúa…
Como siempre, invito a aquellos que han hecho kariosha a que compartan sus experiencias camino al igbodu.
Omimelli
Oní Yemayá Achagbá
Comentarios originales cuando la nota fue publicada el 19 de junio de 2010.
Maria dice:
El 13 de septiembre de 2010 a las 2:57 am
I want to read the end!
Omimelli dice:
El 13 de septiembre de 2010 a las 4:48 pm
Hello Maria,
I have posted 4 parts. 🙂 Enjoy.
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