El tema de la inequidad racial, el prejuicio y la discriminación hace que muchas personas sientan incomodadas. Las percepciones e inequidades raciales están vinculadas a nuestra formación como individuos y, a menudo, comienza en casa. No me ha resultado cómodo escribir sobre este tema. Sin embargo, las cosas que más importan podrían ser algunas de las más difíciles de las cuales hablar.
Yo soy puertorriqueña. Cuando me criaba, contrario a Cosculluela quien dice que la gente afro descendiente en Puerto Rico no es negra porque no viene de África, yo si le puse atención a mis maestros de historia. De ellos aprendí que las personas esclavizadas fueron traídas contra su voluntad a Puerto Rico desde muchos países en el África Occidental y de otros lugares. Con esas almas esclavizadas llegó cultura, religión, música, arte y las tradiciones de dichas personas. Ellos no llegaron desprovistas de humanidad y o de espiritualidad. A ellos los arrancaron de sus familias, de sus naciones de origen y les arrebataron su libertad.
Sin embargo, muchas veces lo que enseñan en la escuela y las lecciones que aprendemos de los adultos que nos rodean, no son las mismas. El reconciliar las diferencias que son parte de la fibra de la cultura puertorriqueña no es algo que se da con facilidad. El ser un menor en los años 70 y el tratar de reconciliar la hipocresía conllevaba el retar la autoridad familiar y el ser tildada de rebelde e insubordinada.
A los 31 años de edad fue que finalmente entregué mi vida a los orishas. Pero me ha tomado una vida el reconciliar esa travesía con las inequidades raciales que he sentido y vivido a través de esta trayectoria.
Yo me enamoré de Yemayá cuando apenas tenía cinco años de edad. Vi a mi ayagba montada por primera vez en un batá. La orisha se me acercó dándome a comer un pedazo de dulce de coco amelcochado y me dijo que me lo comiera porque era bueno para mí. Ella me observaba desde el poso profundo de tiempo y espacio a la vez que me acariciaba la cabeza. Yo estaba anonadada con ella, en una nube. Tan fuerte fue ese nexo que el recuerdo se me quedó estampado en el alma y lo recuerdo vívidamente.
Me tomó casi 25 años el desprenderme de prejuicios estúpidos, el conocerme a mi misma, a los orishas y a la comunidad Lukumí con todo espectro de colores.
De niña, yo me críe visitando a talentosos espiritistas, en su mayoría señoras de humildes orígenes, de piel oscura y con la bendición de poder resquebrajar el velo del tiempo y comunicarse con espíritus como Liberato, Ma Francisca y más. A mí me permitían observar lo que pasaba en el centro espiritista, observar boquiabierta y con gran admiración como Liberato y los espíritus nativo americanos se manifestaban, pero lo que no me fomentaban era el jugar con los niños de tez oscura de las personas que esperaban pacientemente a que les consultaran.
Mi interés en el mundo de los espíritus y de los orishas continuaba creciendo. Sin embargo, gente de mi núcleo familiar que abiertamente buscaba la ayuda de oloshas y espiritistas para obras, limpias y para que le hicieran de vez en cuando un amarre para el amor, sin rodeos me desanimaban de acercarme demasiado a la religión. Me decían que la Santería era una religión para los negros ignorantes, cosa de negros brutos. A mí aseveraciones como esas me resultaban hipócritas, utilitarias y simple y llanamente incorrectas. Es irrelevante quien es esa persona. Lo importante aquí es abordar que los adultos deben ser conscientes de que sus opiniones tienen un efecto duradero en niños impresionables. Si bien sé que la persona se comportaba hipócritamente, es cosa de respeto el no enfrentarle.
Tome en cuenta que el propio respeto se puede convertir en una forma de esclavitud. El tener arraigado culturalmente que, a los mayores, aunque llenos de prejuicios, se les respeta me aplastó mi curiosidad natural. Ese respeto dado inocentemente me cerró las puertas a la comunidad de oloshas, a continuar aprendiendo a apreciar al mundo desde una perspectiva espiritual y no por medio de los sentidos que nos limitan y nos amarran al mundo terrenal. Los prejuicios aprendidos de nuestros mayores, de las personas a las que debemos ver como compás moral, pueden ser devastadores y muy difíciles de eliminar.
El tema racial es espinado
El tema de la raza y de las religiones es uno que tiene mas espinas que la corona de Jesús Cristo. No pretendo con este comentario ofender a los cristianos. Simplemente quiero ilustrar que debemos de estar dispuestos a exponernos al dolor para poder romper el caparazón que rodea nuestro entendimiento.
Yo comparto mi historia con usted, porque el enfrentar mi fragilidad, vulnerabilidad y los prejuicios aprendidos es el primer paso para sostener conversaciones constructivas sobre raza, género y sobre las inequidades en el hogar, en el trabajo y en nuestras comunidades religiosas. Mi segundo paso fue el confrontar a aquellas personas que me hicieron esclava de sus prejuicios. Bueno eso no resultó tan bien como hubiera querido. Yo expresé mi verdad y hablé de mis sentimientos sobre las inequidades raciales y señalé el patrón de comportamiento hipócrita que tanto daño me causó de joven. No me debió haber sorprendido que esa persona no se acordaba de nada de esta conducta dañina, era fácil y conveniente el echarme a un lado descartando mis palabras, sin tener la cortesía de escucharme. Resultó más fácil el regresar al patrón pasivo-agresivo y recordarme que a los mayores se les respeta y que hay que tratarlos con deferencia por ser bueno…mayores.
Para poder ser un agente de cambio y fomentar comunicaciones francas en su comunidad, yo le recomendaría que sea realista. Usted puede que influya a personas cerca de usted, que pueda lograr que otros pocos consideren sus ideas, pero son muchos otros los que le van a pelear con uñas y dientes cada idea que usted plantee. No todo mundo está listo para descartar sus prejuicios y su racismo. Es como dejar a un lado a viejos amigos, amigos dañinos pero que han estado ahí ya arraigados por demasiado tiempo.
Las conversaciones sí importan
Todos tenemos la responsabilidad de escuchar a los miembros de nuestros ilés. Yo le debo a mis orishas el respetar a mis hermanos y hermanas de piedra y caracol. Por tanto, si buscamos entablar conversaciones sobre inequidades raciales, de género y de orientación sexual, no debemos huir al primer indicio de disidencia. Lo importante es mantenernos abiertos emocional, intelectual, espiritual y moralmente. El escuchar con un alma y mente abierta es fundamental. Se va a sorprender de lo que puede escuchar y de cómo le van a escuchar.
Prepárese para sentirse incómodo. Es inevitable ese sentido de incomodidad. La inequidad está inexorablemente enlazada con el dolor, ya sea su dolor propio, el dolor de la persona a la que se está acercando para entenderle o el dolor causado por las inequidades en su entorno. Ármese de valor, sea bondadoso y sepa que el diálogo es lo que dará paso al proceso de sanación y a lograr cambios positivos.
Comparta su verdad desde un punto de vista de autoconocimiento. Antes de tratar de entender a otros, conozca su propia verdad. Si está listo para compartir abiertamente lo que piensa y lo que siente, es probable que ya haya entienda bastante bien sus emociones relacionadas a cómo las inequidades en su vida o en su entorno le hacen sentir. No se sorprenda si en esta conversación descubre heridas que no sabía que existían dentro de usted, o hasta que recuerde incidentes dramáticos que puede haber enterrado en el fondo de su ser.
Finalmente, sepa que una solo conversación, o varias conversaciones no van a llegar ser suficientes para profundizar en este tema o para llegar a un momento de clausura con el tema de la inequidad. No hay por qué apresurarse a encontrar soluciones. Lo que si hay es un sentido profundo de urgencia y de no abandonar el deseo de entender a otras personas, de colocarse en su lugar y ver el mundo desde su perspectiva. No tenga prisa por encontrar una solución que de clausura al tema de entender diferencias raciales.
Esta es la primera de muchas conversaciones. Le insto a que le de un buen vistazo a su vida familia, a su entorno laboral y al espiritual. Entonces considere las vidas y entornos de sus hermanos y hermanas de osha e inicie conversaciones en busca de lograr un mayor entendimiento de sus circunstancias, pero tal vez lo más importante es el responsabilizarse los unos a los otros en el compromiso de y la responsabilidad de juntos lograr equidad racial.
Omimelli
Oní Yemayá Achagbá
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