Hace un año, tuve el privilegio de visitar Grecia con mi familia. Al ser olorisha hija de Yemayá, siempre me emociono cuando tengo la oportunidad de visitar un mar diferente y claro está de bañarme en sus aguas. En mi mente, todos los océanos le pertenecen a mi madre Yemayá. Ella es tan rica como Creso y domina las profundas aguas que cubren el 70 por ciento de la superficie del planeta.
El viaje nos llevó no solo a Atenas sino también a visitar dos islas: Mykonos y Santorini.
De camino al puerto para tomar el ferri hacia Mykonos, yo estaba tratando de conversar con la taxista ayudada por mi diccionario. El señor muy amable y paciente era de cabello blanco y su rostro estaba adornado con un par de ojos marrón y líneas que dejaban ver su gusto por la risa. Por lo menos, esa fue mi impresión mientras dirigía nuestra excursión. El tramo que nos tomó unos 50 minutos, se fue rápido. Ya el océano estaba cerca y la emoción de mis hijos era palpable según nos acercábamos más al puerto. De repente, sentí una marejada de energía que me electrizó, mis ojos se clavaron en el azul profundo de las aguas y sobre las olas que rompían contra el bote.
Estaba por salir del taxi para saludar a Yemayá en uno de sus muchos puertos. Le entregué el dinero al taxista quien me tomó la mano por un momento y mirándome fíjamente a los ojos me dijo, “Los dioses griegos no están muertos. Poseidón vive. Ya lo verás”.
Me ha tomado casi un año cavilar sobre esta realidad.
Sus palabras fueron inesperadas. El viaje fue maravilloso y visitamos muchas playas donde recogimos rocas teniendo siempre la cortesía de dejar alguna pequeña ofrenda a Yemayá y a Poseidón. Algunas veces mis pisadas sobre las oscuras arenas quedaban firmes, otras veces, las olas rápidamente las borraban y con su frescura me ayudaban a refrescarme del brutal calor de un húmedo verano griego.
Había una vibración diferente, una energía oceánica más fría y profunda. La fuerza de las islas griegas es tanto gentil como profunda. Siendo hija de Aganjú, la conexión entre el océano y las calderas fue una poderosa en Santorini. Si hubiera podido hacerlo, me hubiera gustado bucear en esas aguas profundas, pero tengo prohibido el entrar al mar a una profundidad mayor a mi cintura.
Las palabras del taxista no fueron caprichosas. Fue un mensaje para mí. Los dioses griegos no están muertos. En esas islas donde los vientos enrizaban mi cabello y el sol me bronceaba, sentí el llamado de otro misterio, de otro poder. Los dioses griegos ciertamente no están muertos. Tal como Yemayá, Poseidón está vivito y coleando.
Omimelli, Oní Yemayá Achabá
PS. Yo será puertorriqueña, sin embargo, un estudio de mi DNA mostró que una gran parte del mismo proviene de Grecia e Italia. En el futuro escribiré más sobre lo que he llamado resonancia espiritual entre una persona y la tierra. He visitado muchos países, en algunos me he sentido a gusto, en otros no he tenido tal familiaridad. En Grecia me sentí en casa.
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