La vida con los orishas está llena de asombrosa belleza y de aprendizaje continuo. El proceso de kariosha o iniciación en el sacerdocio orisha no es más que el primer paso hacia lo que debería ser una vida de devoción, servicio al orisha y, por supuesto, al trabajo religioso comunitario.
Una gran oportunidad para que un olosha obtenga una comprensión más profunda de los orishas es participar activamente en batás o los toques de tambor religioso con los orishas, preferiblemente con Anyá. Es entonces cuando los tambores sagrados y los sacerdotes entrenados para invocar a los orishas unen sus fuerzas con el akpwón (cantante principal) para invitar a los orishas a manifestarse en la tierra a través de la posesión de un olosha.
El acto de entregar el cuerpo a un orisha brinda una oportunidad para comprenderle a través de la cinética. La cinética se entiende científicamente como el efecto de fuerzas sobre los movimientos de los cuerpos materiales o los cambios en un sistema físico o químico. Sin embargo, cuando se trata de un bailarín y el orisha, se puede entender la combinación del Anyá, la habilidad de los tamboreros y la voz del akpwón como las fuerzas que a su vez impactan el cuerpo del bailarín y facilitan la llegada de un orisha que tomará posesión de esa persona.
Hago la salvedad que no soy una bailarina experta. De hecho, mi padrino Yeguedé seguro estaría de acuerdo en que, de hecho, tengo dos pies izquierdos cuando se trata de bailar.
Sin embargo, el nivel de habilidad del bailarín es irrelevante y siempre he sostenido que el orisha consigue lo que quiere el orisha. Por lo tanto, si un olosha se va a montar, sea un bailarín elegante o no, será el orisha quien controlará ese cuerpo con facilidad, independientemente del nivel de competencia en la danza que el olosha posea. Esa disposición a rendirse es un paso importante en la obtención de una comprensión más profunda sobre los orishas a través de la cinética. El orisha puede apoderarse del cuerpo de un olosha y transformarlo en un instante de descoordinado (como mis pasos de baile que son menos que encantadores), a uno fluido y elegante, como los de mi hermana de santo, Sevylla, o, los de mi padrino Yeguedé, ambos excelentes bailarines. Una vez que comienza el baile frente a los tambores, todo puede suceder.
Tomemos por ejemplo los pasos del baile de Yemayá, mi orisha alagbatori o tutelar. Sus movimientos son regios, fluidos, las manos de la olosha montada con la madre del mundo imitan el movimiento de las olas y el océano. La bailarina a veces incluso hace gestos que sugieren sacar agua del mar, quizás para limpiar el camino de los hijos de Yemayá. Todas estas cosas son fáciles de observar, lo que sucede más allá una vez que el trance se desencadena es otra cosa completamente diferente. Muchos bailarines comentan sentir una sensación de desorientación, la percepción de los cambios de espacio y la perspectiva parecen estar fuera de lugar. El cuerpo comienza a ser tomado y ya no se tiene el control de la danza, el bailarín comienza a integrar su esencia al tambor al latido colectivo del grupo y del orisha que se acerca. Algunos bailarines tienen una expresión aturdida, otros luchan contra el trance y tratan de huir. Otros simplemente se rinden y luego, en un instante, el bailarín se ha ido, perdido para el mundo y existe en un lugar primordial más allá de las palabras. Ha llegado el orisha y los movimientos se vuelven precisos, de otro mundo, en perfecta sintonía con cada rítmico golpe de los tambores.
El comprender a los orishas a través de la cinética no se limita al acto de bailar durante un batá. Una vez que un orisha se ha manifestado y se ha apoderado de un cuerpo de un olosha, el orisha es libre de caminar entre los presentes y buscar a sus omó (hijos) por muchas razones. El abrazo de una madre
Yemayá se ha manifestado durante un batá en su honor. Camina vestida con su atuendo azul, irukere (látigo de cola de caballo, el ilustrado acá fue creado por Elegant Orisha) en mano, sus ojos buscando entre la multitud, buscando a uno de sus omó. Es posible que el olosha montado nunca se haya encontrado con este hijo en particular, pero Yemayá ciertamente conoce el nombre del iniciado y le llama.
Orisha y omó se encuentran y comienza una comunicación. Una vez más, el movimiento habla más que las palabras.
El olosha se da cuenta de que Yemayá se acerca e inmediatamente el iniciado se deja caer al suelo para ofrecer el saludo ritual. La cadera izquierda toca el suelo y el codo apoya la parte superior del cuerpo en el suelo, luego, en un movimiento fluido, el iniciado cambia y asume la misma postura, pero descansando sobre el lado derecho del cuerpo. Yemayá hace una pausa para observar, y luego roza el cuerpo de la olosha con su irukere en un fluido gesto amoroso. El orisha toca los hombros del iniciado, se le da una orden "Didé" (levántate). Estas secuencias de acciones tienen un significado más allá del acto de ser reconocido por el orisha, saludar y seguir sus instrucciones. El orisha mismo está limpiando el cuerpo de su omó, reponiendo las energías espirituales de olosha que se postró en el suelo. Cuando Yemayá levanta al iniciado, ella le quita el peso de las cargas mundanas inculcando sus bendiciones y durante esta interacción, orisha e iniciado existen en un momento de sagrada privacidad y equilibrio, aunque estén rodeados de decenas de personas.
Otros movimientos podrían analizarse de la misma manera, cada uno particular del orisha que se manifiesta durante un wemilere y durante otros entornos rituales como el momento en sí de una coronación. Sin embargo, no los discutiré porque esos son momentos privados que creo que es mejor dejarlos sin hablar y dejarlos a aquellos que dedican sus vidas a los orishas.
Para los efectos de este breve artículo, les dejo un pensamiento: cuando se trate de la divinidad, mire más allá de lo mundano. Deje a un lado su percepción terrenal y fíjese como se van entendiendo a los orishas a un nivel más profundo. A través de la cinética y la estética de la danza ritual, los oloshas progresan paulatinamente en su nivel personal de comunión con los orisha.
Omimelli
Oní Yemayá Achagbá
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